En algún momento del universo en un planeta que albergaba
vida, él, como ser humano, rodeado de la naturaleza física que habitaba en su
planeta, comenzó a reflexionar sobre todo aquello que era dicha naturaleza.
Pensando calmadamente, observó a su izquierda un vaso de whisky vacío repleto
de huellas de sus dedos que manchaban el cristal transparente, se había servido
agua antes y se acababa de terminar el último trago caliente (debido al verano)
de agua.
Fue entonces cuando comenzó a observar el resto de objetos:
Una silla cerca de la puerta, la propia puerta, un póster de su grupo de música
favorito “The Doors”, los cuadros de su habitación, un espejo, la estantería
repleta de libros, marcos de fotos y objetos que no utilizaba como peluches,
una alcancía vacía, cuadernos viejos y apuntes.
Pero, ¿Por qué prestaba tanta atención a todo aquello? Él se
quitó las gafas y, como era de esperar, notó que su vista había empeorado.
Volvió a observar la habitación y se fijó en que todo ahora eran manchas borrosas
que él claramente percibía como objetos con sus formas y sus dimensiones, pues
ya las había visto varias veces y sabía qué objetos eran, no necesitaba verlos
con claridad para saber cómo eran, aunque los percibiese mal. Su propósito fue
entender la propia concepción de lo que son los objetos para toda la raza
humana, qué es la materia, qué forma y apariencia tienen las cosas realmente.
Reflexionó durante unos minutos. —Las cosas que observamos, son lo que
percibimos que son. Nuestra vista hace que percibamos esa puerta, ese trozo de
materia que se encuentra frente nosotros y al que le hemos dado forma. ¿Hasta
dónde llega esa percepción del ser humano y hasta qué punto esa percepción es
certera?— Durante un momento, su cabeza se volvió un auténtico rompecabezas. No
llegó a entender bien lo que acababa de pensar.
Él fue a la cocina y cogió una fría lata de cerveza, era la
última. Al volver a la habitación continuó con su reflexión. —Sabemos que lo
que vemos es real, sabemos qué formas tienen, sabemos sus propiedades, los
científicos las han estudiado. Hemos creado muchos inventos gracias a esas
investigaciones y todo tiene un sentido lógico en el universo, lo que es, es…
pero… De verdad, ¿lo que es, es? ¿Cómo podemos saber si todo cuanto sabemos es
cierto a una manera universalmente verdadera? Nuestros sentidos son los que
realmente hacen que sepamos que lo que vemos es real, que un objeto es
cuadrado, que un objeto es de color rosa, que el olor que despide ese objeto es
dulce, que ese objeto emite un sonido relajante… Pero todo son sentidos, todo
son aspectos que tomamos por reales porque nuestro organismo nos lo representa
de esa manera. Entonces, ¿Hasta qué punto nuestra percepción de la realidad es
realmente la verdadera, la universal? Entre nosotros mismos como especie, no
somos capaces de entendernos, de llegar a un punto en común de lo que
percibimos como lo real o la razón…
Si entre nosotros no somos capaces de ponernos de acuerdo,
¿cómo podemos saber realmente si lo que es el universo, está creado de una
forma mucho más compleja de lo llegamos a comprender? Tenemos unos sentidos
animales y humanos, tenemos ciertas capacidades y ciertos límites, no podemos
superar fuerzas mayores de la naturaleza y mucho menos del universo, creemos
que tenemos el control de nuestras vidas, de la historia, del planeta… Creemos
que somos capaces de controlar todo… Pero, ¿Realmente podemos? —
Él pensó en ello durante unos segundos. —Si entre nosotros
no tenemos una realidad común; si entre nosotros tenemos conflictos, diferencias,
razonamientos e inteligencias diferentes; realmente no podemos saber con
certeza si lo que creemos que percibimos sobre el universo es lo real. —Él
pensó entonces en otros animales y recordó a la mantis marina. — La mantis
marina es un animal que posee 16 conos receptores de color, el humano tiene 3
(azul, rojo y verde, los colores luz primarios y de los que surgen los demás).
Eso significa que simplemente otro animal del propio planeta tierra, ya percibe
la naturaleza de una forma totalmente diferente del ser humano, ve colores que
nunca imaginaremos, en donde nosotros vemos una puerta con su forma definida,
aquél animal puede ver una explosión de colores inimaginables que nosotros
nunca podremos averiguar ni distinguir de ninguna de las maneras, ya que no
poseemos esa capacidad, bajo ningún concepto podremos hacernos una remota idea
de qué aspecto tienen esos colores desconocidos para nosotros.
Por lo tanto, si eso ocurre sólo con el sentido de la vista…
¿Qué ocurre con el olfato? Nunca distinguiremos olores que los perros sí. ¿Y
con el tacto? No sabemos si podríamos manipular los objetos de otras maneras o
no sabemos qué sensaciones recorren nuestro cuerpo a diario por el simple hecho
de que tenemos un sentido del tacto humano, limitado. ¿Y el gusto?
¿Desconocemos que existen sabores que no percibimos? Y la pregunta más
importante: Si todos nuestros sentidos nos engañan porque, aunque nos ayudan a
sobrevivir, también nos limitan universalmente, ¿Cómo podemos saber si nuestro
razonamiento está basado en unas leyes universales y no en unas leyes
percibidas por nosotros como universales? La diferencia radicaría en que,
aunque comprendamos ciertas cosas del universo (lo que llegamos a percibir),
nunca podremos comprender como funciona realmente toda la maquinaria que mueve
dicho universo (lo que nunca bajo ninguna circunstancia, por nuestras
limitaciones sensoriales, podemos percibir). — Fue su último razonamiento.
Todo dejó de tener importancia para él, en ese momento todos sus problemas emocionales, humanos, anodinos y corrientes, carecieron de importancia durante unos minutos. Comprendió que realmente nosotros sólo vivimos en el propio mundo que nos imaginamos, que, aunque todo sea físico y real, a su vez nada es de la forma en la que creemos que es. En que todo cuanto hacemos, todo cuanto pensamos, todo lo que sentimos y todo por lo que vivimos, no es más que un producto de nuestra imaginación, de nuestro cerebro que percibe lo que nuestros sentidos le envían como noticias del mundo exterior físico.
Vemos lo que somos capaces de ver, y nunca llegaremos a ver
lo que realmente es todo. —Fue la oración con la que concluyó su reflexión.